La incertidumbre sobre el futuro económico de Chile tiene a los expertos y a los no tanto, debatiendo sobre las teorías macroeconómicas que respaldan un Estado más o menos involucrado en el devenir del mercado. Aparecen las prestigiosas y renombradas voces de Joseph Stiglitz, Thomas Piketty, José Antonio Ocampo, Mariana Mazzucato, Ha-Joon Chang, entre otros, apoyando el plan de reformas económicas del presidente electo, mientras sus detractores, también de reconocida trayectoria, ningunean el paquete de medidas, contabilizando la cantidad de puntos del PIB que se destinarán a cada ítem de gasto público que quiere priorizar el futuro gobierno, aduciendo a que las “cifras no dan”, ya que la reforma tributaria que pretende imponer Gabriel Boric permitiría recaudar 8 puntos del PIB, mientras que el gasto que consideran sus principales propuestas superan con creces el supuesto aumento de recaudación fiscal.

Hasta aquí podemos estar de acuerdo o no, con los argumentos de ambos bandos.

Pero lo realmente preocupante es la inexistencia de pensamiento complejo, de esa apertura de mente que requiere el contexto VUCA (Volátil, incierto -Uncertainty- Complejo y Ambigüo), que habitamos como consecuencia de la cuarta revolución industrial, acelerada por esta pandemia que parece extenderse aún más de lo que esperábamos.

¿Hasta qué punto nos estamos haciendo cargo de la urgencia de lo que no estamos realmente viviendo…?

Seguimos debatiendo sobre más o menos puntos del PIB, sobre la supuesta eficiencia histórica del Estado como empresario, mientras seguimos sin mirar aquellas sombras que pesan sobre tod@s y no estamos queriendo mirar.

Sabemos a ciencia cierta que el PIB solo está midiendo una parte de lo que realmente está produciendo el país. Ndebate politico Chileo está midiendo el valor de una economía circular que está reciclando y reutilizando productos en una cadena virtuosa de valor que agrega las contribuciones de personas anonimizadas en las cadenas de valor de la economía formal. No está midiendo la histórica sombra de la invisibilización de los empleos informales o los emprendimient

os de subsistencia que generan la mayor cantidad de trabajo (precario) del país. Pero lo más increíble, es la apabullante incapacidad para medir las millonarias transacciones del ciberespacio, las que de la mano de las innovaciones tecnológicas colocarán una gran porción de la riqueza mundial fuera del alcance de los gobiernos.

Seguimos debatiendo quién debe pagar más o menos impuestos, mientras las personas que se subieron al carro de la Era digital, los individuos soberanos de los que nos habla James Dale en su libro homónimo están interactuando con las tecnologías disruptivas y conocen la implicancia que tienen, tanto para individuos como para las sociedades el blockchain, la IoT, Cloud, la Inteligencia Artificial y la ciberseguridad. Estas personas están habitando en una realidad virtual que trasciende los límites de los Estados y su agregación de valor no depende del “precio” monetario validado por un banco central. Son independientes de la autoridad política de turno, y pueden tributar en el Estado que les dé la mejor relación precio-calidad entre sus impuestos y los beneficios ciudadanos recibidos a cambio de ellos.

Por qué no nos ponemos de acuerdo en cómo medir, cómo llegar a acuerdos sobre la dicotomía entre valor y precio, en aras de una sustentabilidad que necesita imperiosamente de una economía circular que se escapa a la lógica de la productividad eficientista, individual y extractivista.

La paradoja del agua y los diamantes

La paradoja del agua y los diamantes explica una problemática vigente que debe ser reconsiderada a la luz de los cambios abruptos de los nuevos modelos de negocio que se están generando en el mercado digital y la economía circular.

Imaginen que están en medio de un desierto y no tienen GPS. Llevan varios días perdidos y se les acabó el agua. Sin embargo, tienen una bolsa con diamantes. De pronto aparece una persona con botellas de agua que aprecia mucho los diamantes. Entonces, a pesar de que los diamantes tienen un precio muy superior al de las botellas de agua, ustedes entregarían gustosos algunos o todos los diamantes a cambio de agua. Esta paradoja explica la razón por la que, a pesar de ser enormemente más útil y necesaria que los diamantes, el agua tiene un precio más reducido en el mercado, por lo tanto, entendemos que existe un valor subjetivo en función de la utilidad que se expresa en el grado de satisfacción que nos brinda un producto o servicio determinado.

Ahora, veamos esta paradoja a la luz de la cuarta revolución industrial, en el que la tecnología determinará una nueva rentabilidad basada en la minimización de los costos marginales hasta llegar fácilmente a cero, en el que la revolución del microprocesamiento está aumentando drásticamente la disponibilidad de información, la generación de datos y reduciendo al mismo tiempo los costos de las transacciones, en el que el control sobre los recursos económicos pasará del Estado a manos de personas con habilidades e inteligencia superiores, que podrán crear riqueza al agregar conocimiento a los cada vez más servicios y menos productos… en una Era en la que, la mayor fuente de riqueza serán las ideas que tengamos en nuestras cabezas, en vez de algún capital físico dentro una economía que solo habita la dimensión física.

¿Seguiremos aceptando esta dicotomía entre valor y precio en función del grado de satisfacción de los nuevos servicios digitales, o en un mercado de trueque, cuyos costos marginales se acercan a cero?

Este es el momento en el que estamos -conscientes o no-, habitando una nueva dimensión virtual, y es el instante preciso para comenzar a reescribir las leyes de la economía, equivocándonos, intentando ideas locas, nuevas, sin precedentes. Siento que el problema de los economistas que están prediciendo desde sus cómodas aulas, argumentando desde las imperfectas teorías que han tratado de explicar los sucesos económicos de los últimos 200 años, es que no están contemplando la exponencialidad de los cambios que estamos experimentando, no están incorporando en sus predicciones “el fin de la capacidad para predecir”.

Ningún suceso del pasado nos sirve para explicar lo que estamos viviendo, por ende, no podemos saber lo que pasará, ya que las medidas económicas que implemente el gobierno de Gabriel Boric, no serán implementadas en un contexto ni remotamente similar al de Chile en 1971 o la Venezuela de Chávez o Maduro.

Nunca antes habíamos experimentado los efectos de la cuarta revolución industrial en medio de una pandemia que no está pudiendo ser controlada por vacunas, debido a su constante mutación. Y nosotros seguimos gastando neuronas, energía, tiempo y recursos yendo al pasado para juzgar el presente y predecir el futuro.

Cuántas personas pasan horas frente a los noticieros que abruman con predicciones que no tienen asidero. Cuántos canales y medios audiovisuales gastan recursos físicos y humanos en generar contenido improductivo…

Cuanta energía hablando y haciendo más de lo mismo, mientras la transformación digital está siendo aprovechada por unos pocos individuos que se escinden de esta “interpretación de la realidad analógica” y se enfocan en los grandes beneficios de la Era de los Datos.

Mientras nos peleamos por el modelo económico que debe imperar, por si el Estado debe tener más o menos control, hay en estos momentos personas que no saben qué hacer para llegar a fin de mes sin los bonos del Estado, mientras otras, están estudiando la filosofía del blockchain y su implicancia en la disolución del Estado-Nación, tal como lo conocemos. ¿Más pobres cada vez más pobres y algunos pocos nuevos ricos que se vuelven muy ricos?

El problema más grave es que vivimos en una sociedad en la que la mayor parte de la población tiene que trabajar para subsistir, en la que la vida gira en torno a un trabajo que no está alineado con un propósito masivo trascendental y en el que estamos inmersos nueve horas al día, cinco días a la semana por más de once meses al año… (en promedio). En estas circunstancias, ¿cómo abordamos el desafío de la transformación CULTURAL digital, no cómo una política de Estado, sino como un proceso en el que estamos inmersos sí o sí, aunque no estemos conscientes de ello?

Esto no es un problema coyuntural. Estamos habitando un cambio de Era y el estado del arte de nuestro país no resiste más desinteligencias, más anquilosadas resistencias y más simplistas convicciones de verdades absolutas.

La pandemia no es la responsable de todos nuestros males

Antes de la pandemia ya teníamos una fuerte desaceleración en el crecimiento de la producción lo que generó como consecuencia el incremento de las tasas de desocupación, y también, el aumento de empleos de baja productividad caracterizados por la presencia de precarias condiciones laborales, como en el retail, comercio informal, Uber, repartidores en general, etc.

Volvamos a la forma en la que abordamos tradicionalmente nuestros problemas económicos y observemos una “interpretación tradicional de la realidad”.

La tasa de desocupación considera solamente a personas que no trabajaron en la semana en que se toma la encuesta pero que buscaron activamente empleo en dicho período, entonces, si una persona estaba manejando su auto (o el de la familia) para alguna aplicación, pero además estuvo buscando un empleo con mejores condiciones de estabilidad y proyecciones en base a sus competencias, este caso no queda registrado en la tasa de desocupación, y por tanto, no refleja la capacidad del mercado laboral para satisfacer las reales demandas de trabajo, ni las habilidades y destrezas que están disponibles en un capital humano subutilizado.

¿Estamos midiendo realmente el potencial del capital humano que tenemos en Chile?

Casi 1 de cada 3 trabajadores en Chile es informal, por tanto, no cotizan en salud ni en previsión social, sus actividades no están registradas en el Sistema de Impuestos Internos (en el caso de los trabajadores por cuenta propia), y los grupos más perjudicados son aquellos más vulnerables como las mujeres y los jóvenes (casi un 40% del empleo joven en Chile es informal).

¿Estamos atendiendo la base de la desigualdad, si continuamos generando planes económicos sobre puntos de un PIB que no está midiendo realmente lo que produce el país?.

Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), la tasa de pobreza en Chile aumentó de 8,6% en 2017 a 10,8% en 2020, lo que implica que 540 mil personas cayeron por debajo de la línea de la pobreza por la crisis económica y sanitaria. Pero si hacemos doble click a esta cifra y consideramos que los ingresos que se tomaron en cuenta para calcular las tasas de pobreza, incorporaron los subsidios y bonos otorgados por el gobierno durante el período de la pandemia, quiere decir que, sin las transferencias del gobierno y el retiro de los fondos de pensiones, la tasa de pobreza nacional se eleva de 10,8% a 40%. Esto significa que, si los hogares solamente hubiesen dependido de sus ingresos laborales, 7,8 millones de personas en Chile estarían por debajo de la línea de pobreza monetaria.

¿Estamos leyendo bien las cifras y generando una planificación en función de esas sombras que se esconden en los márgenes de los que no queremos ver, para dejar tranquilos a los que quieren que sigamos haciendo más de lo mismo que nos tiene en estado de desigualdad y desconexión con la abundancia de la Era digital?

Si no somos capaces de abrir estas cifras y observar qué es lo que nos están diciendo, es que no tenemos, como sociedad, la capacidad de observar nuestro contexto a la luz de la complejidad, la velocidad y la dimensión de los cambios.

Las políticas económicas de los gobiernos que ha tenido Chile son responsables de esta cruda realidad, y de eso nos tenemos que hacer cargo mirando hacia adelante, pero sobre todo, encarnando el ejercicio autogestionado de soltar realmente el “miedo a incomodar” y dejar el paradigma analógico de querer encajar en las teorías para predecir resultados que se escapan a todo lo que hemos conocido.

Encarnemos la incertidumbre en relaciones que nos potencien en la complejidad.

“Estoy convencido de que las naciones y las personas que dominan la nueva ciencia de la Complejidad se convertirán en las superpotencias económicas, culturales y políticas del próximo siglo”.

Heinz Pagels

 

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