“La cuarta revolución industrial no cambiará lo que hacemos, sino lo que somos.”

Acaba de ser destituido Mariano Rajoy, en España,  por haber dirigido un partido político vinculado con la corrupción. Lula, en Brasil,  enfrentó la cárcel y en Chile, Sebastián Piñera, tuvo que retirar a su hermano del cargo diplomático que le había asignado y el papa Francisco le pide perdón a los chilenos por el rol de la iglesia en la perpetuación de la estructura de abuso y encubrimiento, que ha minado definitivamente la confianza en la pirámide del poder vertical de esta emblemática institución jerárquica.

El ejercicio de la soberanía está cambiando. La política en Chile y el mundo entero, está sufriendo una crisis de representatividad y validación frente a la ciudadanía, debido en parte, a que los actores políticos no han logrado asumir con flexibilidad los cambios asociados a los efectos que la globalización mundial ha tenido sobre la sociedad. La transparencia y democratización de la información evidencian la “tolerancia 0” de la comunidad frente a aquellos que atenten contra el bien común, o que por defecto, sólo busquen relaciones ganar-perder, minando así el principio fundamental de la soberanía popular que describieran John Locke y Montesquieu: el poder emana del pueblo y es éste quien cede una cuota de ese poder a un gobernante, quien debe ejercerlo sólo en función del bien común. Si este gobernante pierde la confianza del pueblo soberano, éste lo destituye y lo reemplaza.

Para Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, “la cuarta revolución industrial no cambiará lo que hacemos, sino lo que somos”.

Bienvenida la Era digital y su democracia transformacional, su horizontalidad igualitaria, su accesibilidad transparente, su legitimidad de lo singular, su paso avasallador que revoluciona todo, derriba fortalezas rígidas de poder y ahora, la oportunidad de construir, la tenemos nosotros, los habitantes conscientes de este desafío de co habitar como individuos y como colectivos, como partes y como todo, como nodos y como red, en la era digital.

Como todo, la política en la era digital se vuelve más compleja. Las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para transmitir un mensaje atractivo de forma rápida y en red, amplifican el abanico de perspectivas comunicativas y de organización. Las viejas y tradicionales formas de asociación pierden protagonismo y efectividad. Los roles de poder se transforman, aparecen nuevos liderazgos y las estructuras tradicionales están obligadas a resituarse en este nuevo escenario.

La maravillosa y temida viralidad no solo es un síntoma de la tremenda aceleración de los flujos y los contenidos, sino que representa que los protocolos, ciclos y procesos de comunicación lineal y secuencial del viejo paradigma emisor-canal-receptor han sido desbordados y superados. El ciudadano conectado tiene en la actualidad la capacidad autónoma para organizarse y amplificar sus propuestas en red, en oposición al anquilosado privilegio exclusivo de partidos y sindicatos. Esta es la gran oportunidad que la historia nos ofrece. A partir de nuestra consciencia como ciudadanos, al ser parte y todo en red, podemos influir decididamente en la política formal, desde la conectividad de nuestros aparatos móviles.Por otro lado, el actual clima de desconfianza generalizada en la clase política y su incapacidad para solucionar los problemas reales que tienen los ciudadanos, ha estimulado −aún más− a la sociedad a utilizar las TIC para vigilar, presionar e influir en la acción política. La política vigilada ha sido el fenómeno reciente más dinámico de respuesta cívica y democrática frente a la parálisis reformadora de la política convencional.

revolucion digitalEn este nuevo escenario de la sociedad digital, la opinión pública ya no es la intencionada por la verticalidad que controlaba con contenidos publicados. Ahora, la hiperconectividad permite averiguar cualquier información sobre los “individuos públicos”, y por ende, todo lo que digan y hagan está siendo vigilado y en fracción de segundos, compartido y viralizado. Esto implica un cambio radical de roles, de protagonismos, y de estrategias en el ejercicio del poder.

Estamos mudando, de las jerarquías comunicacionalmente manejadas en forma mediática a liderazgos políticos cuya autoridad reputacional se sustenta en su grado de confiabilidad a través de su consecuencia y su acción social.

En este momento, en que la tecnología se ha convertido en un instrumento facilitador potente para organizar a las personas de forma sencilla en torno a una causa, estamos viviendo el despertar del poder redárquico y el fin definitivo del viejo sistema de partidos, con sus estructuras ideológicas anquilosadas y su añejo liderazgo vertical oligopólico.

La capacidad organizativa y de comunicación de la Red podrá facilitar el auge de propuestas que tenderán a dejar en la obsolescencia la actual representatividad política, por lo que es urgente que desde los visionarios políticos que observen y se involucren en la cultura digital, deberán aparecer nuevas y distintas formas de aproximación al ciudadano. Su voto ya no se podrá captar a través de las típicas campañas políticas. La confianza se gana o se pierde día tras día, segundo a segundo. La inmediatez e instantaneidad de la virtualidad, más el registro audiovisual que queda como información en el big data, no soportarán más campañas políticas sobre ideologías tradicionales y slogan de promesas sobre futuros con igualdad y prosperidad basados en el continuismo de más de lo mismo.

Ejemplos en la actualidad tenemos de sobra. El Movimiento 5 Stelle (M-5S) de Beppe Grillo, con el impulso de propuestas disruptivas en relación con los partidos tradicionales y la mezcla de dosis de populismo, tuvo en la Red un espacio de amplificación relevante. La capacidad de oratoria y el sentido del humor del candidato italiano generaron una gran fuerza comunicativa. Los representantes del partido fueron elegidos a partir de vídeos que realizaron ellos mismos donde recogían sus propuestas. La difusión viral de los contenidos, a través de la Red, y la retransmisión en streaming de sus actos, la convirtieron en la página web más visitada de Italia. Es decir, la tecnología se convirtió en un instrumento vital para la amplificación de contenidos.

La construcción de una opinión pública ciudadana a partir del impacto de las TIC, ha generado una nueva lógica en la relación entre medios y política. El esquema unidireccional clásico de emisor y receptor, anterior al mundo online, adopta nuevas formas donde la participación de la ciudadanía interconectada es clave. Varios autores han tendido a señalar que, ante este nuevo escenario, se destaca cinco nuevas tendencias:

1) La diversidad de fuentes sustituye al control oligopólico y concentrado que ejercían unos pocos medios dando valor a nuevas voces;

2) El ciberespacio es un nuevo espacio donde cada perfil u organización debe crear su sitio, obviamente vinculado a su actividad offline;

3) La comunicación que genera confianza a los ciudadanos es la horizontal (que permite un diálogo directo) y no las pautas verticales de emisión del mensaje;

4) La implicación en las causas políticas es mucho más veloz, transversal y económica (la problemática de la política partidista ya no es tema que preocupe a la sociedad red);

5) La existencia de  una retroalimentación entre ocupación del espacio público (en las plazas, como símbolo) y la corriente de opinión en espacio virtua es cada vez más clara.

Estas tendencias inciden en un nuevo modelo de liderazgo en la opinión pública, favorecido por la reputación que se consigue por la capacidad de empoderar a través de la Red. La opinión personal del receptor se configura a través de la confianza que genera su red de contactos. En definitiva, la construcción de la opinión pública ciudadana se lleva a cabo de forma distribuida y basada en redes de confianza.

En el futuro que ya llegó, la democratización de esta era digital elegirá y juzgará por los hechos, por las acciones concretas, por la superación de los problemas reales que preocupan a la población real. El trabajo por el desarrollo sustentable y la exclusión social, por ejemplo, serán prerrequisitos claves para ganarse la credibilidad de los ciudadanos en red, quienes a través de los instrumentos que ofrece internet, serán cada día más influyentes en la agenda política.

El nuevo animal político digital tendrá que evolucionar, desde la estructura vertical del sistema de partidos (en dónde la masa vota por quién el partido indique) hacia la partenarización.

Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el partenariado es una manera de entender el desarrollo desde la participación, a través del diálogo y la negociación entre diversos actores que establecen un programa de acciones conjuntas, de manera que los beneficiarios se trasformen en actores de la acción de desarrollo. Siempre desde el respeto a los conocimientos de las minorías y la perspectiva local.

Es precisamente esta partenarización, la visión que el nuevo animal político tiene que ver como su gran oportunidad de reinvención, en la que, a través de un cambio en el enfoque del servicio público, deberá empeñarse en la co construcción de estrategias con enfoque multidisciplinario y multifactorial, desde dónde deberá ocuparse no sólo de lo que hay que hacer, sino del cómo se harán las cosas. El abordaje de las grandes temáticas debe hacerse desde una plataforma transversal que permita una coordinación flexible y una proximidad territorial con el grupo a intervenir. No se trata de brindar una oferta con alternativas preestablecidas de prestaciones formuladas desde la visión experta de papá estado (o autoridad política paternalista). Esta co construcción de políticas públicas implica un trabajo dinámico apoyado precisamente en las propias competencias de las personas de un contexto social y un territorio determinado. Así, la inserción se nutre de la sinergia que surge de la relación entrópica del habitante y su entorno, y tiene sentido sólo, si logra cumplir no solo con sus objetivos individuales, sino también logra mejorar la calidad de vida del colectivo en general.

Hasta ahora, las estrategias de los gobiernos (del color político que sea) a través de sus programas en todos los ámbitos sociales, han presentado una lógica de intervención excesivamente sectorizada (salud, educación, vivienda, desarrollo social, seguridad, deporte, etc.) y asistencialista, cubriendo necesidades focalizadas en sus áreas de desempeño, sin considerar que es precisamente, en la integración de sus esfuerzos “con la comunidad” cuando se pueden comenzar a reconstruir las confianzas perdidas. El individuo actuando dentro del tejido social, se responsabiliza de su destino, porque forma parte en la construcción de la solución.

Esta implicación colectiva requiere de flexibilidad, de integralidad, de líderes horizontalizantes, de acción local que asegure la posibilidad de introducir dinámicas en donde no se presuma que el sujeto intervenido no tiene nada que aportar a la política social que cambiará los destinos tanto de él como de su comunidad. La potenciación de lazos comunitarios sólidos es el núcleo del capital social que constituye el principal factor que asegurará la real inclusión del ciudadano a la acción política, al ejercicio griego de “ser y hacer ciudad (polis)”.

Este capital social nace de la activación de las redes de los ciudadanos, por tanto, la labor del nuevo líder político debe estar enfocada en la reconstrucción del individuo como “actor social y político”, para lo cual es prioritario lograr que las personas se reconcilien con su imagen privada (desarrollo personal, familiar) y social (vecindario, barrio, comuna) que se reconozcan en sus potencialidades como líderes políticos y sociales (comunicación asertiva) como parte de un colectivo que lo enriquece y que no lo resta (mentalidad de abundancia y establecimiento de relaciones ganar-ganar), y en dónde la interacción con las instituciones públicas se garantice desde la horizontalidad, desde la democratización relacional y la absoluta transparencia en la administración de los recursos públicos.

La estrategia política de la era digital no puede ser concebida como una aventura personal, en la que el especialista va poniendo en práctica sus teorías. El poder público debe estar en manos de líderes garantes de los derechos de los individuos y no de gerentes que administran los recursos públicos para la comunidad, pero sin los individuos.

La acción política debe comenzar a co construirse en un proceso colectivo, en el que los individuos se relacionan informal o formalmente, virtual o físicamente, desde sus realidades locales para trabajar por la cohesión social y el mejoramiento de las condiciones de vida de su comunidad, de la mano (literalmente) de sus nuevos líderes políticos, que no serán los “elegidos de una cúpula”, sino los que más hayan “aparecido con acciones concretas”, renovando la clase política, re-haciendo las confianzas y restituyendo el fundamento del principio de soberanía popular. Locke, Montesquieu, ahora sí, gracias a la era digital, podrán descansar en paz.

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