La cronopatía es una palabra compuesta por dos vocablos griegos. Cronos en la mitología griega es el dios del tiempo lineal, del eterno nacer y perecer, más el vocablo pathos que se traduce como sufrimiento o padecimiento. Interesante analogía, ¿verdad?.

Pintura de Goya: "Saturno devorando a su hijo"​.

 

En este cuadro de Goya, vemos a Saturno/Kronos, comiéndose a uno de sus hijos. Él es hijo de cielo y tierra, y con su nacimiento se separan el cielo y tierra y entre ellos comienzan a aparecer todas las cosas de este mundo, incluidos nosotros, los mortales, dando lugar al orden cósmico. Como condena por romper la perfección, uno de sus hijos se sublevaría contra él, y por este temor, devoraba toda su descendencia. Kronos es un dios que necesita engullir y matar a todo lo “otro” para que permanezca su poder. El dios que mata para conservar su eternidad, el dios de la muerte de todo lo finito para poder ser él, infinito

 

 

La cronopatía entonces, hace referencia a un tipo de síndrome en el que las personas se obsesionan con el tiempo o con el paso del tiempo, asegurándose de hacer todo lo que esté a su alcance para aprovecharlo al máximo, sin importar los medios ni el precio que deban pagar por este tipo de productividad extrema.

En el mundo prepandemia, la improductividad estaba asociada a la cantidad de tiempo muerto (o tiempo dedicado a “otras cosas”) que las y los trabajadores tenían durante su jornada de trabajo: reuniones, cafés conversados, interrupciones y falta de concentración, entre otras muchas razones.

Pero desde que el Covid cambió en parte nuestro formato laboral, además de las interminables reuniones por zoom y la extraña sensación de haber perdido el límite entre lo público y lo privado, la productividad hoy se ve amenazada por los distractores asociados a la tecnología, como las alarmas de notificaciones de mensajes, correos, las novedades en redes sociales, o la actualización de noticias de algún tema de interés.

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Es que la necesidad de estar “al día” acerca de lo que está pasando en nuestros entornos sociales, políticos, laborales, o la urgencia por conocer las tendencias sobre temas relacionados con nuestra profesión u oficio, constituyen formas de mantener y ejercer el control sobre los contextos inciertos, que se exacerban con la inmediatez, ubicuidad e instantaneidad de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).

Hoy día existe una necesidad por mostrar selfies de los lugares que visitamos, de lo que comemos o con quien estamos disfrutando los preciosos instantes de nuestra vida, para demostrar que existen, ya que el goce y el disfrute se desplazan, desde la experiencia misma a los likes. La tecnología hoy nos permite seleccionar aquellas facetas de nuestra vida que queremos mostrar, nos permite retocar las imperfecciones, para exhibir solo nuestra luz, ocultando las sombras.

Antes de la Era de la Información, aparentar ante las amistades o “conocidostades” nuestras vidas armoniosas y perfectas, requería de un despliegue social que normalmente se circunscribía a la mantención de las relaciones surgidas en los colegios, universidades, clubes sociales o trabajos. El respeto irrestricto a los códigos sociales basados en un condicionamiento del “deber ser”, garantizaba hasta cierto punto, un futuro exitoso, por lo que, someterse al doble estándar del status quo, suponía un retorno auspicioso a mediano y largo plazo.

Pero cuando la cuarta revolución industrial está automatizando velozmente los puestos de trabajo rutinarios, cuando la Inteligencia Artificial nos “infoxica” con contenidos relacionados a nuestros intereses, cuando la incertidumbre del contexto económico, político y social, hace desaparecer nuestras certezas, la preocupación y la ansiedad se instalan en nuestra mente y esto dificulta aún más nuestra posibilidad de gestionar nuestras prioridades.

Entonces… nos ponemos en acción. Y nos abocamos a webinars, seminarios, videos, trabajo, emprendimiento… tratamos de estar a la altura de los tiempos. Somos esclavos de la obsesión por la mejora continua y de nuestro condicionamiento que nos determina a creer que mientras más nos esforcemos, mejor nos irá.

La psiquiatra y divulgadora Marian Rojas Estapé, en su libro “Cómo hacer que te pasen cosas buenas” , nos habla del concepto de la “Cronopatía”. Tal como lo indica su nombre, refiere a un comportamiento patologizado que intenta obtener el máximo provecho posible del tiempo (Kronos). Esa valoración exacerbada de la productividad que nos hace creer que el multitasking es una especie de don o atributo especial, que nos permite hacer varias cosas al mismo tiempo y nos hace sentir el placer de la recompensa.

Incluso, las mujeres tenemos la tendencia a creer que, dado que tenemos más conexiones entre los hemisferios y por tanto tenemos una mayor velocidad para pasar de un hemisferio del cerebro al otro, en la práctica, aparentemente estamos haciendo varias cosas al mismo tiempo. Pero no es así, lo que en realidad sucede es una alternancia entre las diferentes partes del cerebro que estamos usando, con el consiguiente gasto energético que nos deteriora progresivamente.

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Estamos tan obsesionados/as con la idea de obtener una mayor productividad de cada instante de nuestro día, que incluso llegamos a auto-flagelarnos psicológicamente tratando de “hacer más cosas en el menor tiempo posible”, alterando así aún más, nuestro ya mal gestionado estado emocional.

Podemos estar de acuerdo o no con la problematización somática de este comportamiento, pero sin duda, es interesante cuestionarnos hasta qué punto la nueva “Cultura digital” con el frenético desarrollo exponencial de las tecnologías y su implicancia en nuestra vida, nos está arrojando a una carrera por tratar de surfear la ola de la transformación digital, llevando a un límite peligroso nuestra salud y nuestras relaciones en ese intento.

En medio de cambios tan acelerados, nos empeñamos constantemente en hacer que las cosas sucedan, estudiamos, trabajamos, hacemos networking, y pasamos casi 7 horas diarias conectados a internet.

Nos cuesta trabajo desconectarnos, nos sentimos culpables. Incluso los fines de semana o en vacaciones, sentimos que “tenemos” que estar conectados porque de lo contrario, nos podemos perder alguna oportunidad. Estamos frente a la pantalla redactando un informe, tratando de concentrarnos en nuestra labor, y entonces, la alarma de una notificación nos saca del foco, cedemos ante la tentación de lo que podría ser una gran oportunidad. Y así, nos pasamos gran parte del día e incluso, de la noche conectados al Smartphone, Tablet o notebook, por si acaso sucede algo que nos pueda interesar.

Es algo parecido a lo que los estudios en adolescentes y jóvenes han descrito como el fenómeno FoMO (Fear of Missing Out), que describe la sensación de miedo a perderte de algo interesante, y que obviamente está pasando en las redes sociales. Estos estudios demuestran que estas personas creen que la vida de los demás (que se muestra en las RRSS) es mucho más interesante que la propia, y por tanto, viven pendiente de las historias, los reels y los likes.

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Evidentemente aquí estamos hablando de un miedo incontrolable (o dudosamente controlado) a quedar debajo del carro veloz de la revolución digital, de la reinvención personal, de perder de vista las oportunidades que están ahí, para quienes están a un clic de distancia en el microsegundo preciso dentro del mar de información del océano de internet.

La palabra productividad tiene mala fama precisamente por esta tendencia a sobrevalorar la “cantidad de cosas que hacemos” en contraste con la “calidad” de lo que hacemos. Creemos que valemos solo en la medida en que “hacemos”, y por ende, nuestro paradigma del rendimiento nos hace juzgar y juzgarnos con esa medida surgida de nuestra “cronopatía”.

Nuestras creencias sobre el éxito, la utilidad, la ganancia, la medición (“Lo que no se mide no se puede mejorar” Peter Drucker), son lógicas instaladas por un sistema educativo que nos ha preparado para la competitividad, el individualismo y el “yo primero”, sin darle importancia al autoconocimiento, a la gestión emocional, al pensamiento crítico y al desarrollo de la dimensión espiritual.

En esta Era digital necesitamos aprender a gestionar nuestras prioridades para aprovechar la abundancia que las tecnologías están poniendo a nuestra disposición, sin el riesgo de caer en la cronopatía, sino más bien, aprendiendo a deconstruir nuestras creencias limitantes acerca del tiempo (Kronos), instalando nuevos hábitos efectivos y aprovechando la tecnología para sacar el máximo potencial de nuestras habilidades que nos diferencian de las máquinas: nuestra creatividad, nuestra intuición y nuestra ilimitada imaginación.

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