Las luchas de los trabajadores por conquistar derechos que les permitan realizar su trabajo en condiciones dignas alineadas con el desarrollo de una vida personal y familiar se extienden abundantes a lo largo del siglo XX y exceden con creces la huelga de los 80 mil trabajadores de las fábricas de Chicago, el 1 de mayo de 1886, cuya trascendencia dio origen a la conmemoración de esta fecha como el “día internacional del trabajador” y diremos ahora “de la trabajadora”, claro está.
En Chile el siglo de la industrialización y su dicotómica lucha de clases comenzó tempranamente con la huelga portuaria de Valparaíso en 1903, la huelga de la carne en 1905 y la masacre de Santa María de Iquique en 1907. Y hace un par de días, conmemoramos nuevamente esta fecha con encendidos discursos y multitudinarias marchas, nuevamente a favor de la reivindicación de nuevos derechos, como son el aumento del salario mínimo, debido a la postergación histórica de los trabajadores, la reducción de la jornada laboral a 40 horas, como una medida “profamilia y prosociedad”, a lo que se le sumó este año, la referencia de la discusión constituyente en materia de avances laborales. Fue precisamente su presidenta, María Elisa Quinteros, quien aprovechó la instancia para referirse a la aprobación de normas como la libertad sindical o el derecho de los trabajadores a participar en los consejos de las empresas, como gran aporte de la Convención Constituyente.
Más allá del concepto del “trabajo”
La palabra “trabajo” tiene una raíz etimológica que refiere a un yugo hecho con tres (tri) palos (palus) en el que amarraban a los esclavos para azotarlos. ¿Les suena familiar?
El trabajo agrícola en el que se consolidó este contrato social, fue una acción siempre asociada al esfuerzo físico ligado al dolor y al sacrificio. Si a esto le agregamos la tradición judeo cristiana del mundo occidental, que implicó la “salida del edén” como un castigo por la desobediencia de Adán y Eva, y que consistió en “ganarse el sustento” con sudor y lágrimas, tenemos como resultado la instalación en nuestra psique colectiva, de un tortuoso paradigma productivista en el que el “trabajo” es el único medio por el que nos debemos “ganar” una retribución idealmente justa.
Pero más allá de los fundamentos filosóficos del trabajo, les invito a trascender el concepto como una acción gloriosa que se constituye como fuente de todo bien y del progreso humano, (ética del trabajo capitalista) o como una enajenación del esfuerzo físico (después intelectual) con la sola finalidad de la producción de bienes económicos a cambio de una recompensa siempre insuficiente que determina la lucha de clases. Incluso, les pido que miremos más allá del productivismo, que no es más que la producción por la producción sin importar los objetivos, es decir, la glorificación de la producción como tal, que corresponde a la principal característica de la era contemporánea que surge a partir de la primera revolución industrial y que está terminando con el advenimiento de esta cuarta revolución industrial, con las nuevas tecnologías que están transformando por completo la forma en que producimos, consumimos y nos relacionamos.
En esta Era digital, en la que, de la mano del Covid 19, se extinguieron las certezas y las predicciones, lo realmente preocupante es el anacronismo de los líderes y quienes los siguen, y que, desgraciadamente, están determinando los destinos de Chile, Latinoamérica y de una buena parte de los países del mundo, con una mentalidad del siglo XX (y en algunos casos del siglo XIX) para hacer frente a los complejos problemas del siglo XXI.
En plena sociedad de la información, todo el conocimiento del mundo que se duplica cada 12 horas está al alcance de quienes tengamos acceso a internet, que en este momento debemos ser más de 4.5 mil millones de personas. La exponencialidad tecnológica sigue su avance arrollador y la automatización seguirá reemplazando a las personas en los puestos de trabajo menos cualificados y repetitivos.
Los individuos soberanos de los que nos habla James Dale en su libro homónimo, que acceden a ese conocimiento disponible, observan el contexto y responden proactivamente a él, están interactuando con las tecnologías disruptivas y conocen la implicancia que tienen, blockchain, Internet de las cosas (IoT), Cloud, Inteligencia Artificial, Big Data y ciberseguridad en la vida de todos los habitantes del planeta, sean o no conscientes de esta trascendental transformación.
Estas personas están habitando en una realidad virtual que trasciende los Estados y sus limitadas realidades políticas, económicas y sociales. Para estos individuos soberanos, su agregación de valor no depende del “precio” monetario validado por un banco central. Son independientes de la autoridad política de turno, y pueden tributar en el Estado que les dé la mejor relación precio-calidad entre sus impuestos y los beneficios ciudadanos recibidos a cambio de ellos.
Estos nuevos trabajadores no dependen de sindicatos, ni de las medidas proteccionistas que tratan de “corregir” las históricas injusticias de oportunidades desiguales con bonos o subvenciones que son pan para hoy y hambre para mañana.
Estos nuevos trabajadores han desarrollado las habilidades y competencias necesarias para crear riqueza al agregar conocimiento a los cada vez más servicios y menos productos, para esta sociedad en la que, la mayor fuente de riqueza serán las ideas que tengamos en nuestras cabezas, en vez de algún capital físico dentro una economía que sigue creyendo que la única realidad es nuestra dimensión física.
Ya estamos habitando una dimensión virtual cuyo único límite es nuestra propia zona de confort. Las ideas brillantes hoy están en la cabeza de cualquiera que esté conectado y transa sus habilidades y competencias en un mercado global de relaciones ganar-ganar-ganar que se basan en las acciones más que en los títulos, en la consecuencia más que en el discurso, y la sostenibilidad más que en el productivismo.
Gana el individuo soberano que aprendió a subirse a la ola de los cambios, gana la empresa que, en cualquier parte del mundo, contrata la oferta de talento humano disponible a través de la red, y gana el planeta con el desarrollo de la tecnología disruptiva que puede terminar con el extractivismo e instalar una economía circular sustentable.
Este es el nuevo contexto que da lugar a un nuevo contrato social de un trabajo con interacciones y transacciones profesionales móviles, flexibles, ubicuas y atemporales, donde se gestiona la información en tiempo real. Las nuevas relaciones laborales son productivas en términos de orientación a objetivos (OKR), son efectivas ya que es la validación del cliente quien determina el valor, y son sinérgicas ya que su fundamentan en la colaboración en redes a gran escala.
La seguridad y estabilidad de un trabajo permanente, poco eficiente y repetitivo se reemplaza por la autogestión y el involucramiento en proyectos profesionales que adhieren a propósitos masivos trascendentales perfectamente alineados a los propósitos personales. Los individuos soberanos, jóvenes y los no tanto, ya no trabajan dónde pueden, sino donde quieren. Son estos nuevos trabajadores los que ahora, deben ser retenidos por las empresas del mundo.
Pero desgraciadamente tenemos líderes ciegos y ciudadanos inconscientes, que siguen poniendo el problema afuera (legislación laboral, constitución participativa, etc.), mientras la computación cuántica y la carrera espacial continúan impulsando nuevos descubrimientos que potenciarán aún más las tecnologías que están cambiando lo que somos como humanidad.
Despertemos de una vez por todas de este loop de desinteligencia que nos atasca a una realidad de esfuerzos políticos que no logran calmar las expectativas de pan y circo de una población que cree en las fake news y se evade con maratones de Netflix gastando los ingresos de un trabajo con poco valor agregado, que tiene sus días contados. Mientras los nuevos trabajadores autogestionados, autodisciplinados y automotivados, levantan la cabeza para ver más allá del triste espectáculo de la política partidista local y se conectan con la abundancia de una revolución digital que requiere un nuevo ser humano para co habitar con la tecnología potenciadora.
No me voy a extender aquí en el origen de la diferencia entre estos individuos soberanos y la masa de la población que no toma consciencia del momento histórico que estamos viviendo. Lo que sí puedo afirmar, es que frente a este contexto, no solo tenemos la capacidad para adaptarnos, sino que, no tenemos opción. Ya lo hemos hecho hasta aquí, el ser humano ha evolucionado y se ha adaptado a los cambios a través de la historia. Sólo que esta vez, la transformación debe ser muy, muy rápida.
Les invito a aprender un poco de las tecnologías disruptivas, para convertirse en nuevos trabajadores capaces de salir de la zona de confort de la queja y la procrastinación. Aprender de tecnología es posible y es lo único que les permitirá subirse al carro de la transformación digital, que primero es cultural y que requiere de individuos que quieran cambiar de mentalidad y se atrevan a surfear la ola de esta gigantesca y abundante nueva Era.