Ya es sabido que la pandemia del Covid 19 tuvo consecuencias tanto negativas como positivas en el entorno empresarial, es decir, a río revuelto, ganancia de pescadores. Tal y como reza el dicho popular, ha habido emprendedores ágiles, que han respondido de forma innovadora, apoyados por tecnología, a la cambiante demanda, mientras que muchas empresas establecidas, más lentas en su capacidad de reacción, han fracasado.

Ahora no se trata de capital, ya que precisamente, empresas con gran infraestructura y recursos, que no han sabido moverse ágilmente, han perdido posición en el mercado o derechamente han desaparecido.

Pero lo preocupante de nuestra actual situación, es que estamos enfrentando un estancamiento en el impulso emprendedor, por miedo a la incertidumbre quizás, o porque en medio de esta crisis, los abruptos cambios que estamos experimentando tienen un componente de complejidad adicional que muy pocas personas están pudiendo abordar: la tecnología.

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Según el estudio del Global Entrepreneurship Monitor (GEM), 2021, hay una tendencia preocupante de expectativas de crecimiento apagadas entre los emprendedores. En una cuarta parte de las economías estudiadas, más de la mitad de quienes inician o administran un nuevo negocio no esperan emplear a nadie más que a sí mismos en cinco años. Esto puede ser indicativo de altos niveles de negocios de “supervivencia informal”, lo que sugiere el surgimiento de nuevos emprendimientos como un medio de supervivencia en ausencia de oportunidades alternativas de ingresos debido a la pandemia.

Los empleos perdidos no se recuperarán

Aquellas personas que han perdido su fuente laboral por efectos de la crisis originada por la pandemia, o también debido a la transformación digital que ha experimentado el mercado y las actividades productivas en general, no están teniendo más opción que aventurarse al mundo autónomo o iniciar un emprendimiento.

El problema es que estábamos demasiado acostumbrados a la estabilidad de un empleo “para siempre”, o en el que podíamos “hacer carrera”, e ir ascendiendo en base a nuestro esfuerzo y a los años de leal entrega y servicio. Y son precisamente esas empresas que empleaban a jóvenes con baja cualificación que haciendo carrera podían jubilar en la misma organización, las que no están pudiendo adaptarse a los cambios de la era digital y han ido cerrando sus puertas desde hace unos años.

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Aquellas empresas que sí se han ido adaptando, lo han logrado gracias a la automatización y a la incorporación de mucha, pero mucha tecnología a sus procesos, con lo cual, han ido reemplazando a esa mano de obra tradicional, por una altamente cualificada que puede lidiar con la tecnología, pero no así con las personas.

McKinsey nos dice que un 70% de los procesos de transformación digital han fracasado, lo que quiere decir, que el 30% que ha tenido éxito se ha distanciado abismantemente de sus pares a los que, la pandemia los sorprendió con pocas o nulas dotaciones tecnológicas, y los que, además, no se atrevieron a invertir en tecnología digital a medida que avanzaba la pandemia.

Y es que los seres humanos tenemos serios problemas para manejar la discrepancia entre las intenciones y las acciones. Sabemos que el mundo cambió, que las tecnologías disruptivas están modificando definitivamente las formas en que producimos y consumimos, sin embargo, algunas personas pueden sortear ese giro veloz hacia ese mundo digital, mientras otras se quedan en las intenciones de iniciar el viraje.

¿Qué factores explican esta diferencia en la forma de enfrentar la incertidumbre de un mundo que se digitaliza a una velocidad incomprensible?

El factor clave obviamente es la inversión en tecnología y por supuesto, en el equipo humano que tendrá que implementarla. No se trata solamente de la cantidad invertida sino en qué tipo de tecnología se está adquiriendo y de qué forma de realiza ese gasto.

Si la estructura organizacional no se adapta y acompaña los procesos de implementación con agilidad, con horizontalidad, con mucha diversidad en sus equipos, poniendo en el centro del proceso a las personas, lo más probable es que fracasen muchas veces antes de dar luz a un nuevo modelo de negocio, que seguramente no será ni por lejos cercano a la visión que se tenía al iniciar el proceso de transformación. Si no hay un verdadero cambio cultural, no habrá tecnología alguna que pueda aumentar la productividad.

El fracaso ha demostrado ser una parte importante del proceso de desarrollo empresarial, fomentando el aprendizaje y el crecimiento personal de quienes están preparados para levantarse, limpiarse las heridas y empezar de nuevo. Esa resiliencia, esa actitud emprendedora de las personas es la que hace la diferencia y consigue agregar un valor diferencial cuando hay tecnología disponible, obviamente.

Resiliencia y actitud emprendedora

Es esa actitud emprendedora del ser humano la que garantiza que una organización pueda hacer ese viraje veloz hacia la automatización, hacia el Cloud Computing, hacia la Inteligencia Artificial o al Internet de la Cosas, sin que las resistencias internas dejen heridos de muerte en el camino.

Pero cuidado, la instalación de esta “cultura digital” no se adhiere por osmosis a la estructura organizacional. Normalmente los expertos en tecnología no lo son en actitud emprendedora ni menos en escucha empática o comunicación efectiva. Y es que no es sencillo dejar el lenguaje técnico para comprender los requerimientos de unidades cuyos miembros no solo no entienden de tecnología, sino que, además, le temen.

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Y si estamos hablando de las empresas nuevas, la situación no es mejor. Estamos frente a una oferta de programas y asesorías en transformación digital que nos infoxica y nos confunde más que lo que nos orienta. No todos los expertos en tecnología han experimentado necesariamente el sabor del fracaso de emprender una y otra vez, por tanto, no están comúnmente preparados para escuchar las necesidades de quienes, sin saber de tecnología, necesitan traducir sus intereses, observaciones y visiones a un grupo de hombres (en su mayoría) que hablan ese extraño lenguaje técnico que ofrece soluciones que no siempre se adaptan a las necesidades de los hombres y mujeres que quieren poner una buena idea en acción.

Por eso, se me ha ocurrido una loca idea que quiero compartir con ustedes: ¿Qué pasaría si en vez de que existan pocas personas que entiendan mucho de tecnología y que guíen los procesos de transformación digital del mundo público y privado (empresas grandes, medianas, pequeñas y muy pequeñas), podamos lograr que hayan muchas personas que sepan un poco de tecnología, pero que, con ese poco, puedan entender no solo el lenguaje técnico, sino que puedan comprender las implicancias que tiene la exponencialidad del desarrollo tecnológico en nuestras vidas, y puedan dar rienda suelta a su creatividad, imaginando un mundo de posibilidades que antes, en la ignorancia, no hubieran podido soñar?

¿Qué pasaría si BigData, Cloud Computing, Ciberseguridad, Internet de la Cosas, Inteligencia Artificial y Blockchain, dejan de ser grandes incógnitas y comienzan a ser parte de las conversaciones de pasillo de las empresas de cualquier tamaño, de los viernes de pub, de los cotidianos paseos por las plazas de ciudades que comenzarán a verse “Smart” desde esos ojos de observadores conscientes de la abundancia de una Era digital que se vuelve cercana, vivible y disfrutable?

Las ideas innovadoras de alto valor añadido están en estado potencial en la mente de personas que están esperando poder acceder a los misterios de la revolución digital en un lenguaje claro, asequible y amigable. Sin pretensiones de experto, sin juicios, sin distancia.

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