“¿qué es lo que hace a ciertas personas capaces de alcanzar metas insospechadas, mientras otros permanecen en un estado vegetativo de subsistencia viendo como la vida pasa a su alrededor?”
Cuando estudiaba economía, aprendí tempranamente la importancia que tenía la tecnología en el crecimiento económico. Las personas al igual que las empresas y los países, podemos producir una cantidad (q) determinada de bienes o servicios con los recursos que poseemos (tierra, trabajo y capital), y la única forma de producir más con los mismos factores productivos, es con la incorporación de tecnología al proceso productivo. De esta forma, entendemos que la inversión en tecnología es la clave primordial para el aumento de la productividad. Sin embargo, hoy, en medio de la cuarta revolución tecnológica, pareciera que pese a todos los avances, la robótica y el internet de las cosas, no hay absolutamente nada que reemplace el principio más fundamental de la vida del ser humano: “la ley de la cosecha”: no hay resultados sin esfuerzo. Supuestamente la tecnología aumenta la productividad, tal como lo enseñan los manuales de economía, pero ¿qué pasa entonces con los índices de crecimiento de los países, o de las empresas, y qué pasa con la productividad de las personas?
Chile, según la OCDE es uno de los países menos productivos (rendimiento por hora hombre) del grupo, es decir, trabajamos más horas y nuestros resultados son más ineficientes, y en términos absolutos, en la actualidad contamos con más elementos tecnológicos incorporados a la vida cotidiana y a los procesos productivos, que jamás en la historia.
Desde que Lucy plasmó el comienzo de la evolución del sapiens sapiens, la problemática de la existencia de recursos escasos versus ilimitadas necesidades humanas, ha motivado la imaginación y la creatividad para producir más cantidad a menor costo y con la mayor eficiencia posible. Ese es el leitmotiv de la tecnología, y después de 3.2 millones de años de evolución, aún vemos que hay personas adversas a los cambios, que siguen pensando que “alguien o algo” va a generar las soluciones al atávico problema de la escasez, sin entender que la siega de la humanidad requiere de la cosecha de todos y cada uno de los seres que habitamos la tierra. Esta problemática de la ineficiente administración de los recursos, en plena Era digital, aún no ha logrado solucionar la miseria y la exclusión, claro que ya no es por la falta de recursos, pues la tecnología aportó con la solución al problema de la escasez alimentaria, sin embargo la crisis humanitaria generada por la muerte por inanición de 1.4 millones de niños al año, no es suficientemente relevante como para ser tema en nuestros noticieros atiborrados de políticos y pataletas de Trump o Kim Jong-un. Aún recuerdo la cara de mis alumnas del Bachillerato Internacional de Economía, cuando les contaba que el hambre en el mundo era un problema de mala distribución y no de escasez.
Pero cómo entendemos tal nivel de desinformación en una época en dónde el conocimiento del mundo está al alcance de la mayoría. ¿Por qué en plena Era digital conviven jóvenes de extrema vulnerabilidad que se conectan con el mundo y terminan sentados en las mesas de trabajo de Amazon o Google, mientras hay personas que tienen más de 10 pares de zapatos en su walking closet y que gastan un jugoso porcentaje de sus ingresos en la consulta del psicólogo, psiquiatra o en las farmacias?
¿Qué es lo que hace a ciertas personas capaces de alcanzar metas insospechadas, mientras otros permanecen en un estado vegetativo de subsistencia viendo como la vida pasa a su alrededor. Y entre estos 2 polos, 7 mil millones de personas habitamos un planeta que no tiene espacio suficiente para los desechos de la producción exponencial de la insatisfacción humana.
Aislando la variable independiente de la desigual distribución de oportunidades, de la que me hago cargo con gran satisfacción desde mi humilde aporte en la cotidianeidad del trabajo público, en esta sociedad chilena, siento que abunda más la queja que el aporte, el “chaqueteo” que la opinión constructiva, el crecer en función de aplastar al otro, en lugar de la sinergia que nos potencia a todos, y para muestra un botón: vean los programas de televisión que transmiten los canales chilenos y sabrán de lo que hablo.
Sinceramente, pienso que esta realidad no es privativa de Chile, me atrevo a decir que nuestra Latinoamérica corre la misma suerte. Sin embargo pondré un ejemplo desde Chile, país que cuenta con más de 20 millones de celulares inteligentes, para una población total aproximada de 17 millones de almas, de las cuales un porcentaje no menor, elige poner sus decisiones a los pies del experto en la conjunción de venus con marte, que les aconsejará qué hacer, desde la pantalla de un matinal cualquiera de mediocrilandia. Y no estoy hablando de segmentos socioeconómicos determinados, ya que mediocrilandia es transversal a las clases sociales.
¿Acaso hay una condición genética preestablecida que nos separa abismalmente de Martin Luther King, de Ghandi, de Nelson Mandela, de Marie Curie o de Teresa de Calcuta?
Entendiendo que la respuesta científica es NO, y que sus historias de vida echan por tierra que es prerrequisito sine quanon una buena educación y recursos económicos para ser un líder mundial, entonces qué estamos esperando para cambiar este mundo. Pensemos por un momento en cuántas personas conocemos, que creen tener la respuesta para todo, que su verdad vale como la verdad absoluta, que opinan sobre los hechos y juzgan a quienes no conocen, mientras cumplen con sus trabajos diarios sin que su acción genere diferencia alguna en la vida de quienes les rodean. Cuántos de nosotros ya hemos hecho parte de nuestro lenguaje, los “no puedo”, “si tan solo”, “no me atrevo”, cuántos minutos al día nos quedamos enredados en chats de grupos con contenidos supuestamente entretenidos, mientras nos quejamos de no tener tiempo para lo verdaderamente esencial. Cuántas palabras gastadas inútilmente hablando de otros… Si tan sólo aprendiéramos a hablar menos y a hacer más. Una boca y dos oídos…. no es casualidad.
Y en el horizonte se vislumbra el faro rector, el principio que ha permanecido inalterable durante todas las revoluciones que ha vivido la humanidad y sigue siéndolo en esta revolución de la WEB 2.0. La única gran solución, fundamento de una vida con sentido, origen de la consecuencia de la acción de los grandes líderes que han sido faro en nuestra historia. Si todos sabemos que el ser humano cosecha lo que siembra, y por lo tanto no hay siega sin esfuerzo. Por qué entonces, persiste esta insondable brecha entre los seres humanos consecuentes que se atreven a fracasar, para luego ponerse de pie y seguir intentando hacer realidad sus sueños, y otros que culpan al sistema, al gobierno o al zodiaco, de sus desgastadas vidas mediocres.
Y es desde aquí, desde dónde decido pararme hoy. Además de mi “hacer”, hoy comenzaré a escribir, a plasmar desde una posición de humildad, con la certeza absoluta de que no hay una sola persona en este mundo que quiera tomar mi lugar, voy a hablar del aprendizaje como forma de vida. Una teorización práctica que quiero compartir con la humanidad, a partir de la vivencia encarnada de la Ley de la cosecha en cada una de las etapas de mi historia, y que siempre ha tenido como base una metodología práctica que no sólo he probado, sino que constituye una constante entre aquellas personas que se declaran y se ven felices. Además de todos mis estudios formales y espontáneos (no puedo parar de estudiar), hace más de 20 años recibí la preparación para ser facilitadora del taller de Stephen R. Covey, “Lo siete hábitos de las personas altamente efectivas”, y he demorado todos estos años linkeando cada palabra aprendida con la experiencia de cada minuto respirado, para evidenciar que el motor que impulsa mi acción es una decisión basada en el costo de oportunidad de vivir cada segundo el regalo del tiempo presente, conectada con la ilusión de dejar una huella. Y ahora, este camino que me lleva a tomar esta decisión, es el que quiero invitar a recorrer a través de las líneas que comenzaré a compartir con quienes quieran leerlas.
Covey ya lo escribió. Osho, y miles más. Obviamente todas sabias palabras ya contenidas en “La Palabra” que Jesús nos dejó en el manual más práctico de desarrollo personal que ha existido siempre. Su know how contenido en la Biblia.
Por eso, aunque es de pero grullo decirlo, aclaro que no escribiré nada nuevo. Es más, hasta hace un par de días pensaba que, por no tener nada nuevo que decir, debía callar. Pero el presente me regaló a un sabio ser humano que me sacó del error y me impulsó hasta aquí.
Entre el querer ser feliz y el ser feliz hay una decisión. Y sobre la metodología práctica para tomar esa decisión, es decir, sobre cómo se convive con el principio de la ley de la cosecha en la Era digital, sin morir en el intento, escribiré más adelante. Por ahora, y pese a que son muchas las causas que hay que abrazar en este mundo, la primera y más importante está en la punta de sus lenguas, y consiste en la primera lección de este principio fundamental: practiquen por 24 horas morderse la lengua cada vez que pronuncien un “no puedo”.