Cuando googleamos la palabra “ubuntu” aparecen estas dos acepciones:
Fue Nelson Mandela quien mostró al mundo este concepto que nos habla del poder de nuestra humanidad compartida arraigada en la bondad, la compasión de seres humanos interconectados, que ponen el bienestar de todos por sobre el interés individual. “El éxito del grupo es el triunfo de todo el grupo, no de unos pocos”.
Colaboración, confianza, interconexión, empatía, sinergia, son adjetivos que califican al ser humano como especie, independientemente de la época histórica en la que lo circunscribamos. Siempre han coexistido los visionarios innovadores que rompen con los antiguos paradigmas y los resistentes que se niegan a romper con el status quo porque eso implica pérdida de control y poder.
No es que existan grupos de seres humanos que no sepan colaborar, sino que la conceptualización de la colaboración es la que cambia dependiendo del punto de vista que se interprete. El valor de la colaboración no significa lo mismo para los dueños de empresas forestales que para los habitantes de los pueblos indígenas que veneran a la madre tierra.
Cuando leemos la prensa o revisamos las redes sociales, nos encontramos con el reflejo de lo que esta figura representa: el diálogo sordo de nuestros paradigmas que nos hacen observar la realidad desde nuestro propio, condicionado, limitado y subjetivo punto de vista.
Cuando ocupamos nuestra energía, tiempo y esfuerzo en convencer a los otros de que nuestro punto de vista es el correcto, estamos desperdiciando nuestra vida, ya que nuestras justificaciones jamás lograrán convencer a nadie.
El problema es que estamos haciendo frente a los enormes, veloces y profundos cambios que surgen a partir de la revolución tecnológica y su desarrollo exponencial, cuya implementación se aceleró aún más con la pandemia, con la vieja mentalidad del siglo XX: lineal, binaria, patriarcal, individualista y productivista que ya no nos sirve para co habitar esta nueva cultura que está surgiendo.
Por ejemplo, la autoridad de los padres actuales no tiene nada que ver con la autoridad de nuestros abuelos. En esos tiempos, los padres sabían un poco de todo, podían aconsejar a sus hijos porque el mundo era conocido y predecible. Hoy no tenemos idea de qué forma se ganarán la vida nuestros hijos y nietos, porque las profesiones que requerirá el mercado laboral de la industrial 5.0 aún no se han creado.
Lo mismo pasa en la empresa. Hoy día un jefe que trate de imponer órdenes a gritos será grabado en un smartphone y juzgado en redes sociales hasta ver destruida su confiabilidad.
Sé que son ejemplos extremos y no reflejan fielmente lo que experimentamos en el día a día (eso espero), pero, enfrentamos una realidad aún peor de desinteligencia y despilfarro energético que no se condice con la sostenibilidad que tanto promulgamos como sociedad.
Me refiero al esfuerzo y gasto de tiempo, energía y dinero en hacer cambios de forma, pero no de fondo. A las instalaciones de artefactos, protocolos y medidas novedosas que se publicitan en las redes sociales, con sonrientes rostros firmando acuerdos para propiciar la equidad de género, la sustentabilidad, la inclusión, y cuanta causa mejore la imagen frente a los consumidores/usuarios, y acto seguido, siguen haciendo las cosas de la misma forma de antes. Si no me creen, pregúntenle a los Scrum master cómo les ha ido con la agilidad…
Otro ejemplo es lo que pasa con la tan manoseada “innovación” que se pretende instalar desde la expertis de personas con magister y doctorados en prestigiosas universidades pero que nunca han emprendido con fondos propios o no conocen cómo vive la gente en los campamentos ni cómo sobrevive una familia con jefatura de hogar femenina con hijes y adultos mayores a cargo.
En esta era digital ya no sirve lo que pensemos, lo que opinemos, ni los estudios que tengamos, sino lo que hemos hecho o estemos haciendo para resolver un problema o el dolor de aquellos grupos excluidos de los privilegios de la sociedad industrial (capitalista o comunista).
Las preguntas claves en la cultura que se está instalando son:
- ¿Cuál es el valor que le estamos aportando a quienes más lo necesitan?
- ¿Estamos haciendo las preguntas correctas a las personas indicadas o seguimos justificando lo que hacemos porque “así se hacen las cosas aquí”?
- ¿Cómo podemos dormir calientitos con nuestras barrigas llenas mientras otros tienen hambre y frío, o cómo podemos hablar de economía circular si nuestra basura contiene plástico, tetrapack, latas y material compostable?
- ¿Hasta cuándo seguiremos siendo “yo primero” o “yo tengo la razón” para pasar a ser el “nosotros del Ubuntu”?
Es nuestra capacidad de adaptación la que está en juego, y yo diría que estamos en franco jaque mate, mientras sigamos preocupados por convencer al “otro”, que está equivocado, y no utilicemos esa diferencia para complementar nuestro punto de vista y ampliar nuestra perspectiva.
La automatización está y seguirá reemplazando a las personas en los puestos de trabajo menos cualificados y repetitivos. La inteligencia artificial seguirá produciendo nuevos modelos de negocios y solo tendrán oportunidad los que accedan a las nuevas tecnologías.
Las bajas pensiones, el aumento de la esperanza de vida y la falta de congruencia entre la oferta de la educación superior y la demanda empresarial por profesionales con nuevas habilidades digitales, provocará un abismo entre los que pueden aprovechar las ventajas de esta era digital y los beneficios que nos ofrecen las tecnologías y el resto que seguirá invisibilizado en el analfabetismo digital del siglo XIX.
Kant nos enseñó que “La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar”. Y claramente estamos enfrentando dosis elevadas de incertidumbre con una escasa inteligencia de cambio, lo que nos lleva a un loop de autodestrucción muy lejana al Ubuntu que inspiró el fin del Apartheid de la mano del liderazgo de Mandela.
Estamos viviendo desde el miedo, con sospecha y ansiedad. Nos relacionamos desde la crítica, la queja, el enfrentamiento y la competencia y emitimos opiniones desde la ignorancia, condicionados por nuestros paradigmas analógicos de una realidad que no regresará más.
Frente a este escenario, no solo tenemos la capacidad para adaptarnos, sino que, no tenemos opción. Ya lo hemos hecho hasta aquí. Pero ahora, con la exponencialidad de los cambios, si la transformación no es además de muy rápida, muy extensiva e inclusiva, la violencia, la pobreza, la desesperanza y el agotamiento existencial nos llevará a un colapso social de magnitudes colosales.
Practiquemos el Ubuntu cada día. Seamos en nuestras relaciones exponentes de empatía, valorando las diferencias y celebrando que existan personas a nuestro alrededor que piensen distinto. Encarnemos la nueva “Cultura Digital” que debe ser Ubuntu, o no ser.