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El mundo cambió, ¿Y tú?

El mundo cambió, ¿Y tú?

¿Cuándo va a terminar esto de la pandemia…? ¿Qué va a pasar con la economía mundial y nacional? ¿Qué nos deparará el futuro?

Son los pensamientos más recurrentes de la población después de la pandemia COVID-19, que ha modificado algunos o muchos de los hábitos de nuestra vida o las rutinas diarias. Incertidumbre, presiones económicas, y aislamiento social; la agresividad y descalificación de los discursos de todos los bandos políticos tiende a aumentar nuestra sensación de desconfianza y desesperanza en el futuro. De hecho, la aparición de la pandemia ha creado un entorno en el que se exacerban muchos determinantes de la mala salud mental, con su consecuente aumento a nivel global.

Estamos conscientes de que el mundo cambió, pero no tenemos claridad sobre cómo interpretar estos cambios, ni cómo actuar en consecuencia. Nos abruma tomar una posición entre la extrema polaridad que tiene por un lado, a los fanáticos de la retrotopía quienes, como dice Bauman, creen ciegamente que todo pasado fue mejor y se empeñan en hacer todo lo posible por impedir la instalación de las nuevas corrientes de pensamiento; y por el otro lado, tenemos a los futuro-optimistas que creen que todos los cambios que estamos experimentando no pueden dejar una sociedad peor que la que tenemos en la actualidad.

¿A quién creerle? ¿Apruebo o rechazo?¿Vacunas o el derecho al ejercicio de libertad sobre mi cuerpo? ¿Individualidad o colectivismo? ¿Yo o “el otro”?.

El mundo no es en blanco y negro, y creo que llegó el momento de salir del binario.

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¡Paren los cambios que no alcanzo a (o no quiero) adaptarme!

Habitamos en un punto visagra entre el viejo mundo estable del trabajo para toda la vida y el nuevo mundo caótico que no logramos comprender. Existimos entre las coordenadas del espacio y del tiempo, en el cual transcurre nuestra propia y particular descripción, percepción y análisis de una realidad, que interpretamos condicionados por el entorno/cultura en el que nacimos y las experiencias que hemos ido acumulando inconscientemente y que nos hacen ser quienes somos hoy. Por lo tanto, asumir que mi postura es la verdad absoluta, que además me atrevo a intentar imponer al resto, es un acto de sobervia de magnitudes colosales.

Se nos ha entrenado y educado para cumplir y obedecer en función de las expectativas de lo que “el colectivo social” acepta como correcto, sano, natural y normal. De hecho, en el seno de nuestra familia y después en la escuela, se nos encorsetó en un formato en el que, pensar, sentir y comportarse de forma diferente, era castigado y etiquetado, no como una conducta inapropiada, sino que la persona misma era juzgada como “rara”, “conflictiva”, o “con problemas mentales”, entre otros calificativos más misóginos, clasistas, racistas y homofóbicos.

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Entonces, los dispositivos sociales se encargaron y se siguen encargando de la “corrección farmacológica” de dicha conducta anormal. Si siento que no encajo, voy a terapia para que me corrijan y me “hagan encajar”; si el niño es inquieto y no atiende en clases, se le recetan medicamentos para que se concentre mejor. Es lo que Foucault describe como el disciplinamiento social, que es el más efectivo ejercicio del poder sobre nuestras adormecidas individualidades.

El problema es que, en este contexto de revolución tecnológica, el convulsionado mercado laboral está demandando personas proactivas, creativas, innovadoras, con pensamiento crítico, ágiles y propositivas. Entonces, tenemos un gran problema, ya que desde que tenemos uso de razón hemos aprendido “por la razón o la fuerza” a ser obedientes, a no generar conflictos, a creer y aceptar ciegamente la verdad impuesta por la religión, la ciencia y los medios de comunicación, a estudiar para ser “alguien en la vida”. ¡Eso es lo que no encaja!. El llamado urgente es a salir del modo “piloto automático” y comenzar a usar nuestro neocortex (cerebro racional), asumir que somos homo sapiens sapiens, es decir, somos los únicos que podemos pensar por qué pensamos lo que pensamos, por qué hacemos lo que hacemos, y usar esa singular y maravillosa capacidad del pensamiento crítico para salir de los paradigmas impuestos y dejar de seguir inconscientes las posturas de las masas.

Por favor no crean que estoy intentando hacer una crítica política a algún “ismo” específico: capitalismo, comunismo, socialismo, humanismo, individualismo, etc. Para mí, son precisamente los “ismos” de cualquier color, los que enajenan al ser humano de su libertad y lo someten a la polarización del binario bueno/malo, izquierda/derecha, inteligente/tonto, joven innovador/viejo anacrónico, conservador/progresista, útil productivo/flojo ineficiente, ambientalista/extractivista, etc.

El contexto VUCA agudiza nuestro peor miedo: enfrentarnos a nosotros mismos

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Nuestro entorno se volvió VUCA (Volátil, Incierto -Uncertain-, Complejo y Ambigüo) por lo que, la búsqueda de nuestra identidad asociada a las creencias que nos introyectaron en ese mundo que ya no existe más, no encuentra cabida en este nuevo entorno cambiante, que nuestro inconsciente asocia con la amenaza de lo desconocido y con todo aquello que no logramos entender.

  • Menos privacidad mientras más tiempo de hiperconectividad experimentamos.
  • Menos valor de la realidad tangible y física y una sobrevaloración de la dimensión virtual.
  • Menos uso/disfrute de las cosas físicas y mayor búsqueda de satisfacción online.
  • Más servicios y menos pertenencias.
  • Más flexibilidad laboral y mayores exigencias en competencias y habilidades que no poseemos y para las que debemos prepararnos permanentemente.
  • Mayor esperanza de vida y mayor soledad y pérdida de sentido en la vida.
  • Más tecnología de la información y comunicación y menos entendimiento y empatía.

Hacemos nuestro mejor esfuerzo por encajar, subiéndonos al veloz tren de los cambios tecnológicos, como podemos, sin cuestionar los efectos que estos cambios están provocando en nuestra mente o psique, sin tomar consciencia del poder de la auto segmentación de esa cámara de eco en la que estamos habitando.

Cada vez que clicamos en las redes sociales y decidimos seguir una cuenta determinada, lo que estamos haciendo es nutrir a los algoritmos con nuestras preferencias, por lo que nos aparece sólo información relacionada a nuestros gustos específicos. Y ese tiempo que pasamos confirmando y validando nuestras opiniones y creencias, al leer y seguir sólo a quienes piensan como nosotros, fortalece una especie de “superioridad moral” a partir de la cual, todo aquel que piense diferente a nosotros, será juzgado, no solo como equivocado, sino como un ser maligno al que hay que convencer de su error, a cualquier precio.

Y por cualquier precio, me refiero a esa subjetividad con la que juzgamos la paja en el ojo ajeno, al mismo tiempo que evitamos mirar la viga que tenemos en el nuestro. Nos empeñamos en subir a la red aquellos comportamientos que sabemos serán aceptados por el colectivo virtual: selfies retocadas, los gerundios de un presente siempre feliz (comiendo con las mejores, disfrutando con mi familia, viendo el partido con los amigos, etc.) y escondemos en el sótano de la sombra (inconsciente) la sensación de profunda insatisfacción que sentimos hacia nuestra vida.

Yo soy bueno porque salvo al mundo

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Juan Soto Ivars nos habla del narcisismo tribal que se está adueñando del espacio virtual de las redes. Esta profunda sensación de insatisfacción en que se encuentran los individuos que no saben cómo responder a este contexto VUCA, permite que, en vez de enfrentar el duro espejo del autoconocimiento, en vez de recorrer el camino hacia el interior o “el camino del héroe” del que nos habla Joseph Campbell, estas personas prefieran mirarse en el espejo de la tribu, de su grupo. Ese espejo siempre les devuelve una imagen mucho más bonita de ellos mismos, ya que, aunque sus vidas sean un desastre, el grupo le hace sentir que pertenecen a una causa masiva de propósito trascendente, en el que vuelcan su necesidad de heroísmo que su individualidad no les permite alcanzar.

No importa que nos sintamos frustrados en nuestros trabajos, que tengamos relaciones rotas o que no logremos dejar esos hábitos que sabemos que nos dañan, porque somos los defensores de las grandes causas que van a salvar al mundo. Enarbolamos banderas de ayuda al prójimo, al medioambiente, porque no soportamos mirarnos y admitir que nos mentimos, que en la soledad de nuestra habitación, aún nos duelen las heridas del pasado y que, en el fondo, no nos creemos capaces de superarlas. Marchamos en las protestas contra las empresas que contaminan, pero nuestra basura contiene plástico, tetrapack, restos de comida chatarra y un largo etcétera de inconsecuencia.

Las personas que no toleran estar consigo mismas, eligen pasar horas en redes sociales, espiando y juzgando la vida de otros, o quejándose de la crisis, de la guerra, del jefe o de la tecnología, o en maratones de Netflix, solo para evitar entrar en contacto con los miedos más profundos, esos que permanecen ocultos en las sombras del inconsciente.

Quejarse, criticar y atacar al bando contrario es fácil y reporta satisfacción inmediata. Dispara la adrenalina de saber que se está enfrentando al enemigo, ese “otro” o grupo malo y hostil que es culpable de todos los males que nos aquejan como sociedad. El otro es el que está mal y yo, dueña/o de la verdad, estoy en lo correcto.

La desesperanza y el miedo no los podremos resolver en el colectivo. Por más que repitamos el mantra de que el culpable está afuera, sentir odio por el que opina diferente, no nos ayudará a integrar esa sombra que hemos agrandado con tanta resistencia. No venceremos nuestros miedos ni encontraremos el camino hacia nuestra mejor versión, mientras odiemos, humillemos y descalifiquemos a quienes nosotros mismos pusimos en la vereda de la otra polaridad.

Necesitamos encontrar ese sentido y propósito de vida como individuos primero, para diferenciarnos del colectivo, para convertirnos en el ser humano único que vinimos a ser, ahora, habitando redes a gran escala que requieren cada vez más diferenciación, innovación y creatividad de nuestra parte. No vamos a solucionar los grandes problemas de la humanidad buscando culpables. Sólo conociendo la oscuridad que habita dentro nuestro, tendremos las herramientas para enfrentar la oscuridad del mundo.

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*Referencia a Nueva Constitución Chile, septiembre 2022

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